Sergio Suárez, el arquitecto discreto del lujo inmobiliario en Madrid
En una elegante y discreta oficina de la Plaza de La Moraleja, Sergio Suárez recibe con la calma de quien prefiere escuchar antes que hablar. No hay rastro del vendedor agresivo ni de la sonrisa impostada que a menudo acompaña al sector inmobiliario. A los 46 años, el CEO de SUMA Inmobiliaria habla más de confianza que de cifras, más de relaciones a largo plazo que de operaciones fulgurantes. “En este trabajo, un ‘no’ a tiempo vale más que una firma precipitada”, repite como mantra.
Su historia arranca lejos de las urbanizaciones con seguridad privada. En 1998, entró como agente en una franquicia de barrio. Aprendió a puerta fría, con carpetas bajo el brazo y la incertidumbre del principiante. Pasó después por una gran consultora, hasta que en 2010, junto a su hermano, decidió saltar al vacío: montar su propia agencia desde casa. La primera venta —un chalet adosado en El Soto de La Moraleja— fue un bautismo íntimo, sin focos, pero con la sensación de que se abría un camino distinto. Tres años más tarde ya inauguraban oficina.
Hoy, SUMA es una boutique inmobiliaria que concentra su actividad en enclaves como La Moraleja, Conde de Orgaz o Arturo Soria. No compite por volumen ni presume de escaparates llenos. Al contrario: el 60 % de sus operaciones se cierran en silencio, en ese terreno reservado que el sector conoce como “off market”. Clientes que no quieren ver sus casas en portales, compradores que piden discreción, operaciones que se cierran con la misma reserva con la que se custodia una herencia familiar.
Suárez se ha convertido, casi sin proponérselo, en un intérprete de los deseos cambiantes de la clase alta madrileña. La pandemia, recuerda, fue un punto de inflexión: “Lo que antes era un extra —una terraza, un jardín— pasó a ser condición indispensable”. Y añade otro fenómeno reciente: el desembarco del comprador latinoamericano, atraído por una ciudad cosmopolita que todavía ofrece precios más bajos que París o Londres.
No todo, sin embargo, es bonanza. El CEO de SUMA denuncia con franqueza lo que llama “intrusismo profesional”: agentes sin preparación, improvisados que, a golpe de comisión, dañan la reputación del oficio. Reivindica una regulación que homologue la profesión, que obligue a colegiarse, que trace líneas claras en un sector donde, dice, “todavía se confunde vender casas con repartir llaves”.
Su estilo de liderazgo se aleja de los fuegos artificiales. Habla de su equipo como de una orquesta reducida: abogados, especialistas fiscales, comerciales con idiomas y experiencia internacional. Todos con la misión de acompañar al cliente más allá de la compraventa, en decisiones patrimoniales que se parecen más a un matrimonio que a una transacción rápida.
El suyo es un éxito medido en credibilidad. Sin vallas publicitarias, sin campañas masivas. “El boca a boca sigue siendo el mejor marketing”, asegura, convencido de que la confianza de un cliente abre la puerta al siguiente. Ese discreto efecto dominó ha hecho de SUMA un actor consolidado en el lujo residencial madrileño.
En persona, Suárez proyecta serenidad, pero también un sentido claro de propósito: resistir a la tentación del atajo, construir una reputación que pese más que la estadística, y defender que el lujo no está solo en los metros cuadrados, sino en el modo de relacionarse con quienes los habitan.