CONCURSO DE RELATOS: "El Merodeador"
Muchos afirmaban haber visto, sentido o simplemente intuido al Merodeador de La Moraleja (por lo general, conocido simplemente como "el Merodeador"). En la práctica, eran más bien pocos los que, en realidad, habían tenido un contacto real con aquella persona o cosa. Éstos lo describían como una entidad móvil, difusa, que se divisaba de lejos y se perdía deambulando entre las calles mal iluminadas por las farolas nocturnas. No tenía una forma definida ni tampoco estable. Una cosa de aspecto errático, sin concreción, pero efectivamente presente.
Paco Maestro, el antaño ilustre investigador de lo paranormal, escuchó aquellos rumores y su natural curiosidad para con este tipo de fenómenos le hizo ponerse en marcha para investigar aquel famoso Merodeador. Él era un científico serio, no un animador de feria (según sus propias palabras), y su intención en este caso era falsar su existencia. Demostrar que no era un ser paranormal, un vigilante de otro mundo, como alguno de los vecinos llegó a denominarle, sino un hecho físico explicable. En concreto, su hipótesis era la de un tímido mendigo con especial prisa.
Colocó su equipo (detectores de movimiento, cámaras nocturnas) en su Ford Escort de color amarillo y se fue a patrullar las calles de La Moraleja durante las noches, con la intención de detectar y grabar en vídeo a lo que fuera que fuese aquel ser. Contaba además con la connivencia de los vecinos y de la empresa de seguridad de la urbanización. No tardó tanto, al cuarto día, su detector de movimiento captó algo inusual.
Estaba detrás de él, unos veinte o treinta metros. Paró el coche y se giró: ahí estaba, cada vez más lejos. Coincidiendo con las descripciones, una cosa indefinida que cambiaba continuamente de forma, especialmente difícil de ver al ir tan rápido en dirección contraria a la suya. Paco Maestro no se lo pensó, puso la marcha atrás y tomó rumbo hacia el ser. Iba rápido, pero no más que un coche. El ser giró la calle poco antes de alcanzarlo, Paco Maestro se bajó del coche y fue a pie. Lo encontró encima de una papelera.
Era una manta, o una túnica marrón. Se mecía sobre la papelera. Paco Maestro, con una sonrisa en la boca, fue a comprobar aquella cosa que había generado tanto revuelo y que tan poco en la práctica parecía. No fue como esperaba.
Al pretender tocarla por encima, un viento u otra cosa hizo plegar a la manta o túnica de tal forma que se colocó por encima de su mano, dejándola fuera de su vista. No la veía pero sí podía sentirla: un roce inequívoco de una mano, fría, seca, acarició su palma. Y el mismo viento u otra cosa puso a la manta o túnica en movimiento, deprisa, recorriendo la calle, hasta perderse de vista. Sólo en ese momento Paco Maestro cayó en la cuenta que, desde luego, viento no era, porque no había habido la más mínima brisa en toda la noche, ni antes, ni durante, ni después del contacto.
No era un fenómeno físico a priori explicable ni tampoco un vagabundo impaciente. Paco Maestro compró mejor y más preciso equipo, y las noches siguientes, en lugar de recorrer con el Ford Escort amarillo las calles de la Moraleja, se colocó en la esquina donde había tenido "el encuentro", como lo llamaría él desde ese momento, con la esperanza de repetir el evento y recabar más información.
Así pasaron días, semanas, sin éxito, así que empezó a cambiar de lugares, siempre parado porque el nuevo equipo así lo exigía. No hubo un nuevo encuentro. Debería haberlo dejado pasar, pero no lo hizo. Se obsesionó. Cada noche, se le veía un poco más degradado, peor lavado y cuidado, más y más cercano al mendigo de su hipótesis inicial. No tuvo problemas, de todas formas, con los vecinos o la empresa de seguridad que vigilaba las calles. Sabían quién era y qué hacía, lo tomaban por una persona inofensiva, casi graciosa. Hasta había gente que le daba comida, que Paco Maestro siempre aceptaba.
Fueron pasando los años. Los vecinos cambiaban por vejez o mudanza, los miembros de la empresa de seguridad por la rotación propia de su empleo. Y, aunque ya casi no hubiera nadie que supiera la razón original por la que ese hombre aparecía casi todas las noches con su coche y sus cachivaches, se le siguió respetando, casi temiendo, tomándolo como una parte más del mobiliario urbano.
Por eso, muchos afirman que han visto, sentido o simplemente intuido al Merodeador de La Moraleja (por lo general, conocido simplemente como "el Merodeador"), un tipo con larga barba que conduce un viejo Ford Escort amarillo repleto de extravagantes aparatos.