Concurso de Relatos, literatura, textos, lectura

La Aceitunita

Agente, que conste en su informe, que no tuve más remedio que darle un bofetón; ¡¡¡pero es que había hechizado a mi mujer!!! Y justo delante de mí, sin cortarse un pelo. Sé que igual se me ha ido un poco la mano, lo admito, pero estos trabajados bíceps míos a veces son incontrolables y una vez que empiezan a repartir es realmente difícil sujetarlos, ¡entiéndame! 

Esta mañana, aunque no era aún primavera (le faltaban todavía un par de días); parecía como si el tiempo caprichosamente y por su cuenta se hubiera saltado una estación y nos hubiera conducido directamente a esos preciosos y efímeros días de verano, en los que el sol no mata y te permite tomar una cerveza de cara a sus beneficiosos rayos para empezar a coger ese color de piel que tanto nos gusta, y que prepara nuestras dermis para que lo remate la brisa marina del sur, dándole ese color ciertamente inigualable…

Como iba diciéndole, agente, ¿me sigue?, todo comenzó mal; me había tocado aparcar lejos del café Pino donde había quedado con mi esposa para tomar el habitual aperitivo de los sábados y eso hizo que llegara tarde a la cita con ella, algo que realmente me saca de mis casillas. Soy muy británico en el aspecto concerniente a la puntualidad. Después de dar mil vueltas intentando buscar sitio, la verdad es que estaba imposible encontrar un aparcamiento donde dejar el coche… Podía haber cogido el pequeño utilitario, pero tomé otra mala decisión, "por eso le digo, señor agente, que todo fue una concatenación de infortunios", pero en el último momento me decidí por el todoterreno que es mucho más grande y por lo tanto difícil de meterlo en cualquier hueco. 

Finalmente lo tuve que aparcar en la calle Begoña, y ya eso es para calentar a cualquiera, ¡entiéndame!, hasta llegar al café Pino es un buen paseíto y encima cuesta arriba y con el sol que hacía llegue más que caliente. Yo vivo justamente en los chalets frente al campo de golf y casi me hubiera salido a cuenta haber venido andando desde allí. Como le iba diciendo que igual me pierdo en explicaciones inútiles que no aportan nada al suceso acerca del encantamiento al que fue sometida mi señora por ese individuo, le cuento. 

Seguramente él aprovechó mi desacostumbrada tardanza para ir elaborando un plan al verla allí sentada sola, "tan guapa". Una vez que no tuvieron éxito mis disculpas por la tardanza y colgarme ella un morro evidente, que seguramente no pasó desapercibido para el acechante ni tampoco para la mitad de los clientes de la terraza, que observaban risueños el inesperado numerito, fue entonces cuando el camarero comenzó a desarrollar su maquiavélico plan, primeramente, con su exquisita atención, empalagosa, para ser exactos. Su forma de acercar el asiento a la mesa apenas sin rozarla, pero marcando un territorio que desde luego no era el suyo; limpiar el respaldo de la silla de las finísimas gotas de agua que habían caído de los reciente instalados humidificadores, con ese inmaculado paño blanco y esos movimientos sinuosos de bailarín maduro… Como posaba el posavasos, y colocaba esa copa transparente de Dry Martini, que reflejaba deliberadamente su blanca sonrisa, al tiempo que la aceituna se mecía bamboleándose suavemente en el licor. Insoportable, agente, insoportable, ¡entiéndame! Fue entonces, seguramente en un ataque incontrolable de celos, cuando le di el primer y sonoro tortazo. El resto de lo ocurrido ya lo conocen por los numerosos detalles obtenidos entre los abundantes y dicharacheros testigos.