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"Un deseo a paso lento"

Principios de verano en una urbanización al norte de Madrid. Hace un día radiante, soleado pero no muy caluroso. Es un día que invita a pasear por esas calles arboladas y bien cuidadas.

Es la hora del aperitivo y la terraza está casi llena. Un mar de sombrillas blancas cobija del sol el amplio espacio donde han instalado unas cuantas mesas de color gris. Los gorriones revolotean al acecho de alguna migaja perdida.

Enfrente hay un parque infantil con niños jugando y corriendo alborotados. Se oyen risas y gritos con voces agudas y alegres de vida recién estrenada, en claro contraste con el público de la terraza. Donde toman el vermut un puñado de personas de edad madura.

Un señor atractivo pero entrado en años se toma un café acompañado de su perrita que se acurruca a sus pies. Un grupo de señoras se cuentan sus últimas operaciones, de cadera, de cataratas y de algún que otro retoque que intente frenar el inexorable paso del tiempo.

Las voces que se oyen son templadas, el ambiente es tranquilo, circunspecto, de vidas ya cansadas.

En la mesa del fondo, que le da un poco de sol, destaca una pareja de avanzada edad. Bien vestidos, los dos de azul, ella peinada de peluquería y arreglada, él pelo blanco y peinado hacia atrás, un bastón en sus manos y porte elegante. Se miran con complicidad, hay cariño entre ellos.

¿Cómo será la vida de viejo?

¿Se vuelve todo más pausado?

¿Será que de tanto vivir se reduce el entusiasmo?

¿Se vuelven los deseos más lentos?

El señor elegante coge la mano de su acompañante y la besa. Una lágrima se escapa de los ojos de la mujer, que parpadea intentando contener a las siguientes que amenazan con salir.

Él está muy delgado y tiene la tez macilenta, en sus manos temblorosas sujeta unos folletos de viaje, habla despacio, pero hay un brillo especial en sus ojos, tiene la mirada llena de esperanza. En los ojos de la mujer hay amor, pero también mucho miedo.

-Clarita, necesito hacer ese viaje contigo. Sé que estoy débil, me cuesta mucho andar y mis piernas apenas pueden sostenerme, pero quiero hacerlo

-Ay José, pero los médicos han dicho que las cosas no van bien.

-Lo sé, Clarita, lo sé, por eso quiero hacerlo ahora, es nuestra última oportunidad.

-No digas eso José…

Y cierra los ojos intentando borrar esas palabras.

-¿Y si te pasa algo allí?

-No va a pasar nada, la idea de poder hacer ese viaje me ilusiona tanto que me siento más fuerte que nunca.

Él le acaricia la mano sonriendo con dulzura y le dice con determinación:

-Desear algo con todas mis fuerzas me hace sentir que sigo vivo. Necesito cumplir la promesa que te hice.

Clarita llora, José le enjuga las lágrimas con su mano huesuda y temblorosa.

Ese viaje lleva soñado y planeado desde hace más de cincuenta años, Roma la ciudad eterna. Desde el día que vieron juntos en el cine Callao “Vacaciones en Roma” él le prometió que la llevaría y verían juntos todos los escenarios de la película, el río Tíber, la Fontana de Trevi, la Plaza de España y recorrerían sus callejuelas montados en una Vespa.

Pero la vida fue pasando, trabajo, hijos, nietos, la lucha diaria y aquel sueño se fue desvaneciendo.

Los deseos se olvidan si dejas que se los coma la rutina.

-Clarita, dice José con voz firme, te hice una promesa y quiero cumplirla. Hemos esperado muchos años y ahora es el momento. Tengo que cumplir mi promesa y pasear contigo por Roma.

Ella asiente con la cabeza, le sonríe y le lanza un te quiero.

-Vale, pero de la Vespa nos olvidamos.

Los dos se ríen nerviosos, como dos chiquillos y es que los deseos no desaparecen con la edad, sólo se vuelven más lentos.

Se levantan con dificultad. Él se apoya en su bastón, ella en el brazo de él y se van andando despacito hacia la agencia de viajes más cercana.

Los niños siguen jugando en el parque, todos sus sueños aún por cumplir.

Clarita y José van a cumplir el suyo.

Sus pasos acompasados, como todo en su vida.

En los ojos de él sigue ese brillo intenso de vida.

En los ojos de ella ya no hay rastro de miedo, sólo queda el brillo del amor eterno.

 

María Martínez-Mena