Colegio Reggio: siempre Reggio
Los grandes cambios vienen muchas veces precedidos de grandes catarsis, que generan fuerza, energía y sacan el coraje. Y eso es lo que les debió ocurrir a las gentes de una pequeña ciudad de Italia llamada Reggio Emilia. Recién finalizada la Segunda Guerra Mundial, juntaron toda esa fuerza, toda esa energía y ese coraje para construir con sus propias manos un Colegio. Ladrillo a ladrillo, en interminables jornadas de trabajo y duro esfuerzo, fueron colocando sus sueños en esos muros. La dureza del contexto en el que vivían no les impidió imaginar el Colegio que querían y que merecían sus hijos. Y allí, atraído por ese remolino de energía, llegó Loris Malaguzzi. Periodista, maestro y pedagogo, una mente inquieta e inconformista, dedicó toda su vida a construir las bases fundamentales del ahora galardonado “Enfoque Reggio”. Fue un defensor a ultranza de los procesos, y la construcción de este enfoque fue todo un camino.
Decía que era más importante “practicar la educación” que escribir grandes tratados pedagógicos. Y es precisamente de práctica, de buenas prácticas, de lo que están levantadas las bases de este proyecto, cuyos pilares están construidos con la ilusión, el buen hacer y la constante reflexión de los maestros y maestras. Loris Malaguzzi se inspiró en los niños, y es precisamente de la mirada hacia ellos, de donde salen las teorías que respaldan todo su trabajo.
Cuando hablamos del Enfoque Reggio hablamos de CALIDAD EDUCATIVA con mayúsculas, que parte de una enorme escucha y respeto a las potencialidades de los niños y niñas, del derecho que tienen a ser educados en contextos dignos. Desde aquí, abrimos una pequeña ventana para mirar hacia el interior de sus escuelas donde cada rincón nos habla de las bases de su proyecto.
Una de las cosas que más llama la atención cuando entras en las escuelas de esta pequeña región del norte de Italia, es la CALIDAD de SUS ESPACIOS, SU CALIDEZ. El cuidado estético que ponen en el diseño de cada uno de sus rincones. El orden de las aulas, es casi inimaginable. Espacios de taller, con diferentes utensilios manuales y digitales con los que construir y crear, es imposible no crear nada allí, todo se te ocurre, es un lugar donde confluyen todos los lenguajes.
Sus paredes están cubiertas de documentaciones que reflejan el trabajo de los niños, la planificación de los maestros, la organización de la escuela, el camino llevado a cabo por un proyecto, es un gran museo donde se exponen los trabajos elaborados por los niños y explicados por los adultos.
Todos los espacios confluyen en una gran plaza central, un lugar de encuentro, de juegos y actividades, cubriendo esa función que todavía hoy tienen las plazas de los pueblos. Es allí donde se encuentran niños y niñas, grandes y pequeños, familias y maestros.
La participación, las relaciones, la comunicación entre todos, refleja ese carácter de escuela amable y activa, que es capaz de generar espacios de encuentro, donde todo el mundo aporta. La comunidad educativa crece, reflexiona, suma, y hacen avanzar un “proyecto público”, que lo es, no porque lo sustente la economía de un Municipio, sino porque se ocupa de algo que es de todos: el bienestar de los niños y las niñas.
Hablar de Reggio es hablar de una ORGANIZACIÓN VIVA, donde todo puede cambiar. Decía Malaguzzi que era importante que “la pedagogía no fuera prisionera de demasiadas certezas”, y desde ahí, los profesionales han ido desarrollando una gran disponibilidad para cambiar y acoger otros puntos de vista.
A las Escuelas de Reggio Emilia llegan PROFESIONALES de todos los ámbitos. Allí se tiene muy presente ese proverbio africano que dice: “Para educar a un niño hace falta una tribu entera”. Artistas, artesanos, pedagogos, maestros, cocineros, personal de administración… todos enseñan, todos aportan y construyen proyecto. Con una mirada hacia dentro y hacia fuera, ponen en común las dificultades, los errores, los problemas que surgen porque hay que tomar decisiones, irremediablemente hay que elegir, y con este diálogo también llegan los éxitos. Y el gran éxito es cuando los niños y niñas pueden mirarse en esos adultos que hablan, que discuten, que se ayudan. “Lo verdaderamente importante es la manera que tenemos de estar con los niños” decía Malaguzzi. Ese es el verdadero motor de cambio, y es imparable.
Así, podemos ver que en el centro de todo proyecto educativo se encuentra la RELACIÓN, con el ambiente, con los niños, con las familias, con otros profesionales, pero también la RELACIÓN CON EL SABER, porque el enfoque Reggio no es ajeno a los aprendizajes. Toda su base pedagógica está avalada por décadas y décadas de buena práctica, en constante revisión, y recogida de manera exhaustiva en las documentaciones que nos permiten ser testigos de los procesos de aprendizaje de los niños y niñas.
Para Reggio los números, las letras, los conceptos que se extraen de los aprendizajes de la vida, de la vida actual, y de la de antes, el legado que nos han dejado los libros, el saber por el saber, por entender y conocer, todo ello también pertenece a los alumnos y alumnas. Malaguzzi decía que era necesario hacerlo “desde un rol activo en la construcción del saber y del comprender, porque los niños no esperan a nadie para preguntarse, para crear pensamiento o expresar sentimientos”, ellos y ellas ya lo están haciendo, es el adulto el que tiene que crear las condiciones necesarias, permitir que salga y así encontrarnos con “niños más abiertos a los desafíos, más capaces de trabajar con los coetáneos en contextos y situaciones desconocidas, y que son más obstinados porque son capaces de expresar lo que tienen en la cabeza”. Y añadía: “si se hacen cosas reales, también son reales sus consecuencias”.
Como maestra y coordinadora pedagógica en el Colegio Reggio de Madrid, muchas personas que se acercan interesadas a conocer nuestro proyecto, nuestro proceso, me preguntan: ¿Por qué elegiste Reggio? Y yo siempre contesto lo mismo: ¿Cómo no?, siempre Reggio.
Silvia Alcaraz. (Maestra, Coordinadora pedagógica Colegio Reggio).
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